DÍA 0.

-Comprobamos que va a ser un viaje diferente cuando, al llegar a la terminal asignada en el aeropuerto internacional de Frankfurt, vemos que todos y cada uno de nuestros compañeros de viaje son japoneses.
-Por razones del low cost volamos separados (benditos billetes baratos de última hora) y veo como mi compañera de la derecha estornuda dos veces, me pide perdón y acto seguido se pone una mascarilla; mi compañero de la izquierda se descalza, se limpia los pies con una toallita, se pone unos calcetines limpios y se duerme al instante; no se despertará hasta doce horas más tarde, el hijo de puta.
-El vuelo transcurre sin incidencias. La selección de películas es amplia, aunque estoy a punto de denunciar a la compañía cuando termina “Los sustitutos”, aunque me animo con clásicos como “Regreso al futuro 2” y disfruto mucho con “Up in the air”. Vuelvo a alterarme con la bazofia que es “2012”, y eso que John Cusack es uno de mis actores favoritos.
-Mi felicidad aumenta por momentos cuando veo que las latas de cerveza tienen 35 centilitros.
-Por lo demás, el vuelo se asemeja a una sesión de media hora de bicicleta estática; larga, tediosa, aburrida y cansada.
DÍA 1.
-Autobús hasta el hotel, primer contacto con el paisaje urbano de Tokio.
-Llegada al hotel. La habitación, pequeña, práctica y funcional, como ya sabíamos.
-Primer contacto con el sushi. Comprobamos que el japonés de L´Eliana no tiene nada que envidiar en cuanto a calidad, pero sí en cuanto a variedad y, sobretodo, precio.
-Nos comemos entre los dos 30 piezas de sushi; puede parecer exagerado pero el tipo de nuestra derecha se come lo mismo él solo, y al de nuestra izquierda se le cae la montaña de platos que tiene acumulados.
-Agotados, decidimos retirarnos.
-No podemos dormir.
-No podemos dormir.
-No podemos dormir.
DÍA 2.
-Decidimos hacer nuestra primera incursión en el metro japonés para acercarnos hasta el barrio de Shibuya.
-Comprobamos que, ante la simplicidad del metro de Madrid o Barcelona, el sistema de transporte japonés es casi tan complicado como el de Valencia.
-En Shibuya asistimos desde un puente elevado al ritual del famoso cruce y sus 8 pasos de cebra. Brutal.
-En 40 minutos detecto 4 tiendas de discos y me convierto en un tipo más peligroso que un gremlin en una piscina.
-Me gasto en discos el presupuesto asignado para desayunar en cafeterías, a partir de ahora tendremos que comprar el café en máquinas expendedoras.
-Me convierto en un adicto al café caliente de máquina expendedora.
-En las colinas del amor asistimos a una curiosa escena.. Se trata de una zona llena de pequeños hoteles temáticos donde la gente queda para lo que queda y vemos como varias parejas de tokyotas entran al hotel dedicado a la antigua Roma.
-Ya de noche, en la zona de Kabukycho, entramos a un bar heavy y el dueño nos pone la música que queremos. Mola.
DÍA 3.

-Nos vamos a la lonja de Tokio y nos perdemos entre el bullicio del mercado.
-Por increíble que parezca, los bares tienen unos precios irrisorios y nos damos cuenta de que los mejores son donde hay pescadores desayunando.
-Ni de coña voy a probar pescado crudo por mucho que me lo ofrezcan con esa amabilidad tan servicial, pero, por increíble que parezca, Cristina sí lo hace.

-Nos desplazamos hasta el templo de Senso Ji y se me caen las pelotas al suelo. Impresionante es decir poco.
-Cenamos teriyaki en un oscuro callejón, perece ser que famoso precisamente por el teriyaki. Será la cena más abundante y barata de todo el viaje.
-Los japoneses importan todo aspecto occidental que pueden, algunas cosas calan y otras no. El jazz es una de las cosas que han terminado por quedar arraigadas en la cultura nipona, así que puedes escuchar jazz en cafeterías, estaciones de metro y, por supuesto, bares de jazz.
-En un bar de jazz me tomo un whiskey japonés de 12 años y se me caen las pelotas al suelo.
DÍA 4.
-Toca desplazarse hasta el barrio de Akihabara, centro neurálgico de la tecnología japonesa y del manga. Demasiada oferta y precios altos.
-En el marcado de Ameoyoko nos comemos una anguila asada con arroz que nos resulta deliciosa.
.En el parque de Yoyogi asistimos a otra escena curiosa. Una tribu urbana compuesta por rockabillies japoneses con enormes tupés bailan al ritmo de Chuck Berry y Stray cats ante el júbilo de no pocos espectadores.
-Tenemos el primer fracaso en materia lingüística. En Japón no se habla inglés y tenemos que salirnos de un restaurante ante la imposibilidad de comunicarnos con los camareros; la carta está totalmente en japonés y no hay ni una miserable foto que nos indique que vamos a ingerir. Decidimos no arriesgar y salimos.
El lunes, la segunda parte.