lunes, 11 de abril de 2011

EL DÍA QUE AHORCARON A ROBERTO "EL ROJO"


En verdá sus digo señores, que lo que sus cuento es la pura verdá. Por mis muertos que lo juro, siciera falta.

Hace dos días, al albor de la mañana, preparábamos viandas para romper el ayuno nocturno. Pocos éramos en verdá, pero con nusotros cuatro guardias facian de escolta. De poco nus sirvieron cuando apareció. Lo mismo que un demonio del averno se nos hizo presente. De la nada salió con la espada alzada, por mi madre sus lo juro, siciera falta.

En lo que tardo en cogerme la pija facia picadillo a los guardias. Ustedes perdonen mi jerga, pero va ser como sus digo. Al punto todo acabó y en derredor de la hoguera quedamos los mercaderes, sinco en total, bañados en la sangre de los guardias que en mala hora se quedaron nuestros dineros.

Entonces habló. Le barruntamos la respiración a través de la celada, lo mismo que un mulo bufaba el jodio y con una voz salida de los infiernos nus dijo: "Por la gracia de Dios que me concedió la fuerza de mis brazos os lo pido, entregadme las bolsas o la vida". Al instante Germán contestó "¡Jamás!" y todos lo miramos como si se hubiera vuelto loco y en verdá sus digo que él también pareció sorprendido de lo que había dicho, al menos un segundo, justo antes de que su cabeza estallase como una melona, aplastada por una maza llena de pinchos. Por mis mocosos sus lo juro, siciera falta.

Visto y no visto, las cabezas aplastaba como quien coge nabos, y yo cubierto de sesos, y más sangre, se conoce que del susto me dio un algo y caí redondo sobre la hoguera, ahí me figuro me dio por muerto.

Miradme, miradme, uá, uá, como duele, to el pecho achicharrao, peor que una coz de macho sus digo. Suerte que uno es más bruto que un azadón de granito, sino asado me comían los lobos, como a mis compadres y al loco de Germán, quel diablo lo lleve.

Ni rastro de las mercaderías dejó el demonio, y qué sorpresa cuando llego aquí pidiendo socorro; Lo veo ahí, gastando mis dineros en un yantar de reyes. Roberto "el rojo", el sembrador de viudas se sienta a esa mesa. ¿Sois lo bastante hombres para detenerlo?



-¿Usted está seguro de que ese de ahí es Roberto "el rojo"?¿Dice que lo jura por sus hijos?
-Y por mi esposa lo juro, siciera falta.
-Bien capaz parece ese buey de hacer lo que nos cuentas, y como traga el hideputa, como si se acabara el mundo.
-Si queréis más pruebas, fijarus en la capa, roja como la sangre que ha vertido sus digo.
-¿Crees que podremos con él alguacil? -dijo un compinche.
-Sobraos... -Dijo otro con un juboncillo de cuero y cara de matasietes.
-Prudencia -advirtió el alguacil-, llamad a la guardia de la puerta, que venga y vamos por él.
-Pero si semos siete mi señor, se le aflojarán las piernas al vernos -alegó otro bravo con espada al cinto.
-Pue ser -asintió otro.
-Los bueyes son lentos -apuntilló uno con bigotillo fino al tiempo que sacaba dos dagas de los costaos.
-¿Qué haces loco? -reprendió en susurros el alguacil- Guarda eso o te corto la pija. ¿qué quieres, advertirle antes de tiempo patán?
-Usted si que sabe hablar señor alguacil, ni tan siquiera lo entiendo. -dijo el gañán con el pecho humeante.
-Ala, traedme a la guardia y vamos por él, no se hable más, ¡Bebamos! pago yo.

Y con estas palabras todos se relajaron y sonrientes aguardaron a la guardia pacientemente...

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-Buen día nos dé Dios caballero -dijo el alguacil.
El caballero alzó la vista de su comida y mirando en derredor, terminó posando la mirada en el alguacil.
-Buen día nos dé... A todos -añadió mirando al numeroso grupo.
-¿Me permite? -dijo el alguacil mientras tomaba asiento.
-¿Cambiaría algo si le dijese que no? -respondió el caballero con una sonrisa gélida.
-Bien sabe usted que nada cambiaría. Tenemos cosas de que hablar.
-No le negaré que me importuna e inquieta su presencia, no veo motivo para esta charla, pero sea, espero que no le moleste que siga comiendo -dijo al tiempo que agarraba unas costillas sin el menor rastro de delicadeza.
-Man dicho, que a usted le gusta vestir de rojo... Como la sangre.
-Son los colores de mi señor -contestó el caballero con la boca llena.
-Y que se maneja muy bien con la espada.
-Como pocos -dijo sin mostrar mucho interés a lo que le decía el alguacil.
-¿Tanto como para vencer a cuatro hombres armados? -preguntó el alguacil con malicia.
-Si no son caballeros quizá hasta con quince -contestó algo escamado, sin obviar que eran precisamente quince los hombres detenidos frente a él.
-¿Viene usted por el camino del bosque?
-Y me voy por el de la costa.
-Eso ya se verá -dijo uno de los bravos del alguacil.
-¿Cómo? -replicó el caballero poniéndose alerta con la mano en el cinto.
-Tranquilo compadre, que este patán no sabe lo que dice -dijo el alguacil con una amplia sonrisa al tiempo que posaba su mano en el hombro del caballero.
-El día que un caballero sea el compadre de un alguacil, las mulas cagarán putas, las putas parirán reyes y los reyes yacerán con mulas -casi escupió el caballero.
-¡Huy lo que ha dicho! -dijo un guardia.
-¡Prendedle! -gritó otro.
-¿Qué ha dicho? -preguntó el mercader churrascado.
-Me ofende usted, no es propio de caballeros el despreciar de ese modo.
-No debió el alguacil tomarse tantas licencias con mi persona. No olvide -de repente se puso en pie- que no olvide nadie -dijo alzando su poderosa voz- que mi yerro me da voz para juzgar y poder para matar, por la voluntad de Dios y de mi señor. Así, que se me aparten estas gentes que estorban y tú -señaló al tabernero- trae más vino y panceta que el hablar me da hambre.


El tabernero se acercó solicito a la mesa del caballero, pidiendo permiso para atravesar el nutrido grupo que acompañaba al alguacil. Al llegar a la mesa unió sus manos en señal de disculpa, mientras con cara de absoluta tristeza le decía al caballero:
-¡Oh! mi señor, ilustre caballero, le ruego pueda disculpar a este, su humilde servidor, pero para mi vergüenza la despensa está vacía y la bodega con telarañas, esa era la última tinaja de vino que nos quedaba en esta casa.
-¿Cómo es posible?
-Pero mi señor, aún cabe una solución. Si usted me adelantase los dineros del banquete, yo mandaba a la moza por más suministros...
-Está bien, está bien, aquí tenéis, tres monedas de a cuarto -dijo el caballero.
-¿No podrían ser cuatro? ¿o dos de medio? -habló el tabernero.
-¿Qué son esto, las cocinas reales? con tres vas listo y aún te sobra para alimentar a un ejército.
-Ahí van mis monedas -gritó el mercader saqueado al fuego.
-¡Por Dios! ¿Qué le ha pasado a ese hombre? -dijo el caballero realmente espantado- parece un chuletón a medio hacer.
-Ja, ja, ja -rieron los hombres del alguacil.
-¿No lo reconoce usted? -dijo el alguacil.
-¿Habría de reconocerlo?
-Habría, pues con sus dineros paga.
-Con los mios -replicó el caballero seriamente alterado.
-Con los suyos -repitió el alguacil.
-A mi honor ofende -gritó el caballero puesto en pie.
-¡Y a su madre! -dijo el alguacil.
-Siciera falta -apuntilló el chuletón.
-¡Prendedle! -gritaron los escoltas.

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Por el camino de la costa marchaba una caravana, e integrado en ella un mercader mutilado por el fuego era el centro de atención. Todos querían oír su historia, y él no quería perder ni una sola ocasión para contarla.


En verdá sus digo señores que facian falta cien guardias pa placarlo, pero con quince nos bastamos, por mis muertos que lo juro, siciera falta.

Lo habían cercao los hombres del alguacil, pero el hideputa como un rayo se movía y no más en un suspiro ensartó a dos hombres, mutiló a un tercero y dejó al alguacil pa comer papillas el resto de suesistencia.

Sus digo que nadie salió ileso desa matanza, más que mi persona. Ya mismo andarán dentierro los de la guardia pues muchos cayeron, pero entre tanto valentón y tanta espada fui yo quien dejó como un guiñapo al to poderoso bandolero. Con una pata de cordero lo dejé seco, por mi madre sus lo juro, siciera falta. Va ser que no me hizo cuenta el matón, y por el descuido lo he visto colgado esta mañana. Mis compadres por fin descansarán en paz, ahora que el demonio ha vuelto al averno.

-¡Alto!¡Alto, buenas gentes! -un jinete interrumpió el monologo a gritos-. Haced caso a lo que os digo y nadie perecerá bajo mi espada -el jinete alzó su arma-. Entregadme las bolsas y no ha de haber ningún herido.
El jinete recojió los dineros, picó espuelas y desapareció.
-Ese era el fantasma de Roberto "el rojo", por mis mocosos que lo juro, siciera falta -dijo el héroe, con conocimiento de causa.
El resto del convoy lo miró con excepticismo.
-Mia que es usté tarugo -dijo por fin un tipo robusto, como el más robusto de los leñadores expresando en palabras lo que todos estaban pensando-. No sé a quién mandó usté ahorcar allá en la villa, pero Roberto "el rojo" está tan vivo como la pija de un mozo, y nos acaba de levantar la taleguilla.
Entre el cortejo se levantaron murmullos de aprobación.
-Más le digo, aligere o le parto la crisma, ya me cansé de su jeta de asno perjuro.

Y así, corriendo por el camino, perseguido por silbantes cantos, el comerciante braseado aún acertó a gritar: "Es un fantasma, por mi esposa sus lo juro, siciera falta..."
Y una piedra le acertó...

7 comentarios:

ALUD ROMERA dijo...

Aquí os dejo un relato que escribí hace poco para practicar el uso de los guiones en los diálogos. No es gran cosa, puro entretenimiento personal.

little caesar dijo...

Me ha gustado, sobretodo el lenguaje.

TROY MCCLURE dijo...

A mi me ha encantado, en la escena del primer asalto creo que hasta me han salpicado unos pocos sesos, sus lo juro siciera falta XD.

Muy chulo, de verdad.

Robert Parr dijo...

Me encantan los dialogos. Y leer esto aún me hace sentir más culpable por dejar Dark Dust a mitad...

ALUD ROMERA dijo...

Lo cierto es que no me gusta el desenlace, estareis de acuerdo conmigo en que es demasiado brusco y poco desarrollado, simplemente me entraron las prisas por terminar, el relato y es demasiado extenso para el blog como para alargarlo. Y en cuanto al mercader quemado, en realidad no es un perjuro, puesto que nunca juró, simplemente decía que juraría, "siciera" falta...

Robert Parr dijo...

Hombre, sin querer darle muchas vueltas, se trata de un relato corto, así que tampoco necesita un desenlace demasiado elaborado. Simplemente hace falta que la idea del relato quede clara. Y la idea que me queda clara es que vale mas la palabra de un idiota con afán de protagonismo que la de un caballero con poca retórica.
Vamos, que está inspirado en Salvame Deluxe. Por cierto, ¿Roberto el rojo no es el malo de El Mentalista?

daaxe dijo...

Me ha gustado, sobre todo cuando los bravos y el chuletón empiezan a tocarle los huevos a Roberto. Se masca la tensión.

Le doy la razón a Robert, de hecho ha sintetizado totalmente el sentido de la historia, no se podría haber dicho mejor.