Recordaba nítidamente la primera vez que lo vio. No aparentaba ser más que otro adolescente bohemio en busca de algo de dinero con el que pagarse el pasaje en ferry hasta Ibiza.
Tocaba a los Creedence con su Les Paul por los restaurantes más turísticos de Marques de Campo con un talento considerable… sin embargo Quentin nunca se lo creyó.
Su profesión obligaba a aislar las piezas que no encajan en el puzzle, y su actitud no era la de un músico ambulante. Estudiaba cada movimiento, cada mirada, cada ficha colocada en el inmenso tablero que componía el escenario donde representaba su papel de un modo magistral con la habilidad de un maestro de ajedrez ante un mal movimiento de su oponente.
Cuando Ana se lo presentó en el Helios supo que aquel encuentro tendría un trágico final, pero mil vidas podría vivir y no por eso enmendaría el error de confiar en ella.
Si le hubiera pedido su sangre habría vaciado hasta la última gota de sus venas para satisfacerla. Si le hubiera pedido la llave de la casa de Valdés, él mismo les habría abierto la puerta.
Era evidente que Pedro tenía otros planes y ellos no formaban parte. Sus conocimientos de delineación le ayudarían a obviar cualquier sistema de seguridad de la casa, pero necesitaba a alguien de dentro que conociera donde estaba la caja del taller donde el artista guardaba La Menina.
Y que mejor que la novia del director de seguridad para tenderle el puente.
El mundo se le vino abajo cuando le quito el pasamontañas y vio su rostro sin vida. Si ese idiota no hubiera calculado mal la dosis de cloroformo o si la bala hubiera reventado en la puerta en lugar de perforarla mientras huían, estaría viva.
P.J., ahora Julián “The One”, habría huido con ella y serían inmensamente ricos. Su sangre no le habría manchado las manos ni habría tenido que arrojar su cadáver al cabo para evitar que encontraran su cuerpo, lo que le habría puesto nuevamente al descubierto.
Pero ahora su Dios, ese Dios que despreció desde aquel momento le había dado la oportunidad que tanto buscaba y lo puso bajo su punto de mira durante un segundo.
Pero el que duda pierde y ahora estaba con un orificio de bala en el costado conduciendo a toda velocidad por Bay Bridge, luchando por no perder la consciencia. Podía notar como su sangre burbujeaba en la herida con cada brizna del aire que inhalaba.
Tomo West Grand Av. hasta Broadway haciendo titánicos esfuerzos para evitar que su vista nublada provocara un accidente. Pero su habilidad al volante aguantó hasta el parking de la Taquería del Sol, donde estrelló el Cadillac contra la única farola sana de la avenida.
Se arrastró como pudo fuera del coche y subió hasta el cuarto piso. Ya en el corredor se envolvió la mano derecha con la americana ensangrentada y fue golpeando una a una todas las bombillas hasta la puerta del apartamento, sumiendo todo el rellano en una oscuridad que las comparaciones tornarían en luminoso el manto de la parca.
Una vez dentro, cerró todas las persianas, tomo la única lamparita de noche que había en el dormitorio y la situó enfocando a la puerta desde el lado de la habitación opuesto a donde él estaba.
Se tendió tras el sofá asiendo con fuerza el revolver en dirección a la entrada. Y allí, tumbado en aquél apartamento, notando como la vida se le escapa lentamente por el orificio del costado, con su inseparable P80 cuidando de él, tuvo unos segundos para reflexionar.
No, Dios no podía concederle la ansiada muerte justo ahora que con la otra mano le ofrecía el agrio placer de la venganza. No podía tener un final tan trágicamente irónico.
Los pasos sobre los cristales rotos del corredor le volvieron a la realidad. Notaba sobre las baldosas sueltas como se acercaban a grandes zancadas.
Un momento de silencio frente a la puerta y un estrepitoso golpe partió la cerradura, desencajando el marco.
Quentin encendió la lámpara y la luz cegó durante una ínfima porción de tiempo a su objetivo. Apretó el gatillo y la bala atravesó la traquea de Pet.
Bob lo vio desplomarse mientras hacía vanos esfuerzos por comprimir el desbordante caudal de sangre que le corría entre los dedos.
La angustia y la impotencia paralizaron sus músculos, incapaz de reaccionar ante aquella situación.
El silbido de la bala que destrozó su oreja derecha le hizo reaccionar. Apuntó al aire buscando el blanco de su ira, pero al no encontrar a nadie, y cegado no tanto por la luz como por la desesperación salió huyendo de aquel lugar.
Cathy no fue consciente de la escena hasta que resbaló en el charco de sangre que el cuerpo rígido de Pet había dejado en la puerta de su apartamento.
La, a sus ojos, tenue luz de su lamparita de noche, volcada a los pies del sofá le reveló la dantesca escena, y solo el pesado respirar de Meyers le hizo darse cuenta que tras el mueble había alguien más.
Se arrodillo ante él apesadumbrada, apartándole la mano ensangrentada del costado.
“Tranquilo, estas a salvo. Déjame ver qué podemos hacer con esto”
11 comentarios:
Siento el retraso, pero empiezo a creer en la maldición DD: cada vez que me toca publicar, avalancha que te crió! Espero que merezca la espera.
Wow, se esclarecen más cosas sobre el pasado del español, eso me ha molado, yo tenía en mente algo muy similar, ha sido curioso.
El primer párrafo es sobresaliente.
Ahhhh, no me puedo creer que mi pareja favorita Bob y Pet se haya roto, merecían un libro para ellos solos.
Un gran capítulo que nos esclarece un poco más la relación de Meyers y PJ.
Cada vez está más claro que la clave de todo esto es Cathy, está metida en todos los fregaos.
Tenía ganas de matar a Pet, no por que me callera especialmente mal, si no por ver como reacciona Bob al convertir esto en algo personal.
Troy, creo que tras este capítulo el papel de Julian en "Dark Dusk: The movie" esta adjudicado, no crees?
No sé Robert, no veo a PJ saliendo de un maletero de un coche en marcha, más bien lo veo durmiendo plácidamente hasta el final del viaje.
Troy, espero que hables desde la suposición y no desde el conocimiento, porque si es así espero que me pille lejos vuestra próxima fiesta...
En nuestra próxima tienes que plantarte aquí y dejarte ya de historias. Puedes venir como el primo de Cuenca de Romera si quieres permanecer en el anonimatol.
Vaya tela con el capítulo este. La historia de Meyers y JD es bastante parecida a lo que yo había imaginado para ellos, aunque nunca se me ocurrió que Meyers fuera un guitarrista consumado. Por otro lado, el plato fuerte del capítulo, la muerte de Pet, me ha dejado totalmente descolocado: al fin y al cabo se supone que estaban del mismo lado ¿como coño han acabado así? ¿Qué hará Bob sin su guía en el mundo?
Y por último ¿Por qué Cathy está en todos los fregaos? Ya estaba claro que conocía al judío y sus planes, pero parece que es más que eso...
Mmmm... es cierto que la redacción, todo en 3ª persona, es confusa, pero el músico ambulante era PJ, más tarde conocido como Julian "The One". Parece lógico pensar que Meyers y Pet fueron contratados por la misma persona (o no), pero, además del choque de carácteres, hay un punto de conflicto: sin saberlo, ambos buscaban al tipo del maletero por diferentes motivos... aunque, Daaxe, solo en tu mano (o en la de otro) está confirmar o desmentir este asunto
Si, pasando tu capítulo al PDF, ahora que por fin he tenido tiempo, me he dado cuenta de mi error de interpretación. Mea culpa.
En cuanto a lo de Pet y Meyers, se me ocurren varias posibilidades, incluyendo una muy inquietante ¿Y si Pet no era el que disparó a Meyers, si no que había acudido en su ayuda? Sería la segunda vez, que sepamos, que se cepilla a alguien el tío Quentin por error.
Es una posibilidad inquietante, cierto. Lo que es evidente es que a Quentin le habían disparado, se refugió en el apartamento de Cath y allí tendió una emboscada.
La victima fue Pet pero ¿acetadamente o por desgracia?
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