DARK DUSK: CAPÍTULO 10

Al pensar en el país más sucio del mundo seguramente sólo te vienen a la cabeza dos cosas: barras y estrellas. En este pozo séptico llamado país, si tuviéramos que elegir el mayor estercolero, sin duda escogeríamos el Estado de California. Y si buscáramos la mierda que peor huele del mayor estercolero de ese pozo séptico llamado país, que no os quepa duda: nuestro destino sería Oakland. Juego, drogas, prostitución… cualquier cosa ilegal que busques, por difícil que sea de conseguir o alto el precio que tengas que pagar, este es tu sitio. Y si quieres encontrar todos estos negocios de dudosa reputación en una misma acera, tu lugar es “The Harbor Avenue”.

“The Harbor Avenue” formaba una Torre de Babel en la que todos hablaban el mismo idioma: el dinero. El dinero más sucio que se movía en todo ese pozo séptico llamado país. A cualquier hora podías encontrar lo que buscaras, siempre y cuando hablaras el idioma oficial de “The Harbor Avenue”. Allí no tenían jurisdicción ni políticos, jueces ni la policía.

Una calle que no aparecía en las guías turísticas de la Bahía de Oakland ni salía en las noticias. Una zona donde reinaba la ley del silencio. Una calle donde una chica como Mindy no era más que parte del mobiliario urbano. Allí, de pie, en “The Harbor Avenue” Mindy mostraba sus encantos a la espera de que parara algún cliente que le ayudara a llegar a los 300 pavos que le permitirían conservar su cara intacta un día más. Atrás quedaron sus sueños de adolescente. Hollywood no era más que un mal recuerdo, una pesadilla que intentaba sepultar en su memoria. Un mal recuerdo que acabó con su inocencia.

Hacía un calor infernal, y Mindy mostraba sus encantos refugiada en la escasa sombra que le ofrecía la marquesina de uno de los cientos de almacenes abandonados que daban a la parte de atrás del antiguo muelle. De pronto un coche aminoró la velocidad. Si Mindy hubiera entendido de coches habría reconocido el Buick “Wildcat” del 69 a cientos de metros, pero Mindy sólo vio dos clientes y la cifra de 300 pavos un poco más cerca. El coche paró asu lado y la joven se acercó a la ventanilla del copiloto.

-¿Qué te parece ésta, Pet? – Dijo el más joven de los dos individuos.

-No sé Bob, no me apetece follarme una negra. Además, ya hace demasiado calor y el coño de esta zorra olerá como el pescado del Pyung Chang – contestó el otro hombre trajeado.

-¿Entonces para qué cojones hemos venido? – dijo el joven pecoso.

-Jajajaja, no te enfades Bob, te compensaré. Además, ya se ha hecho un poco tarde y Mayers llegará al Apex en menos de una hora con nuestra pasta. "Siempre y cuando ese judío de mierda haya encontrado el Cadillac donde le dije", pensó para sus adentros.

El coche se alejó casi tan rápido como las esperanzas de Mindy de que hoy fuera a ser un buen día. Sin embargo, en menos de dos minutos su suerte volvió a cambiar. Otro coche se aproximó a ella.

-¿Subes? – dijo el posible cliente.

-La tarifa son 50 pavos, pero por ser tú puedo dejarlo en 40, encanto.

Ambos sabían que de esta forma Mindy ya estaba cobrando 10 dólares de más por un polvo y más del doble de lo que se cotizaba una mamada en “The Harbor Avenue”, aún así el joven con aspecto frágil le abrió la puerta y la invitó a acompañarlo.

- Continúa recto y gira la segunda a la derecha, ahí nadie nos molestará.- dijo Mindy.

El tipo rubio de ojos claros tenía un aire tranquilo, evidentemente no era la primera vez que subía una prostituta a su coche.

- Tendrás que pagarme por adelantado, si no hay pasta no hay fiesta.

El hombre sin mediar palabra señaló la guantera, que Mindy abrió sin dudar un momento. Al hacerlo comprendió que esa carrera tampoco iba a cobrarla. La placa del agente Ratzinger brilló a la luz del sol de mediodía.

El coche paró en un callejón dos calles más allá de donde minutos antes Mindy mostraba sus encantos. Un callejón donde Mindy se metió su última polla en la boca. Un callejón donde minutos más tarde yacería el cadáver de otra mujer con una bala en la cabeza. Un callejón que esa noche no sería noticia en el informativo de las nueve. Un callejón que no aparecía en las guías turísticas de la Bahía de Oakland.