Este
extraño país en el que habito, puede presumir de ser el segundo más
montañoso de Europa sin contar con ningún pico de reseñable altura.
Extrañas sus gentes, que como yo, contamos con un carácter, unas formas
de hacer y de actuar que descolocan a cualquier observador ajeno a la
tierra que nos ocupa.
Individualistas
hasta la médula quizá por herencia teutona, transmitida por los
Habsburgo en los doscientos años que rigieron el destino de España. Sin
duda, los más brillantes de nuestra historia. También es muy posible que
no sea "culpa" de los Habsburgo y esté aplicando otra de nuestras
costumbres más arraigadas y que forman parte de la genética Hispánica.
Echar la culpa a los demás.
Desde
mi punto de vista los Austrias nos hicieron mucho menos daño que los
Borbones posteriores, que nos dejaron un legado mucho más pernicioso y
que sigue estando latente en nuestra sociedad. Nuestro genuino
sentimiento de inferioridad, nuestra percepción de nosotros mismos como
incultos y paletos, y esto que digo se puede probar fácilmente al
lector. El lector pensará que él no es inculto, ni paleto
(individualista), pero si por un segundo piensa en su vecino (ese sí que
es un paleto), su cuñado (inculto) o cualquier otro ya sea de su
entorno o que aparezca por televisión (inculto y paleto).
Por
estos motivos atrás descritos, a veces, y solo a veces, a mí también me
sorprenden nuestras reacciones. En ocasiones somos capaces de actuar
unidos para respaldar una causa, no necesariamente buena. Millones de
españoles han acudido juntos, movidos por un sentimiento de
autodestrucción, a votar al PP. Pero dejemos esto de lado. Uno se
acostumbra a cualquier cosa. Estos últimos meses se llevó a cabo una, se
dijo que espontánea, especie de comunión patriótica. Todo el mundo se
sintió de repente superespañol. Hasta yo. No había más remedio. Se vivió
una situación de conmigo o contra mí. España no podía permitirse
indecisos. España quería que todos sus hijos dieran una auténtica
lección a la díscola Cataluña.
Yo soy español, español, español...
Personalmente
no me dejé arrastrar por la locura del momento hasta ese punto, me
negué a ir más allá de mi modesto apoyo moral. No así una gran parte de
mis vecinos, y de los vecinos de mi pueblo, y de los vecinos de Valencia
y, supongo, los vecinos de cualquier rincón de España. De repente nos
regalaron generosamente con los colores patrios, ni un balcón sin la
bandera de España, ni una ventana sin nuestra enseña, España ondeando al
albur del viento, roleando al capricho de Eolo.
Varios
meses después se vuelve a demostrar nuestro carácter nacional. Ahí
siguen las banderas. ¡Con dos cojones!. Perdido todo lustre, azotadas
por crueles ráfagas de aire frío y lluvia, ajadas ya, por las
inclemencias, quemadas por el sol. Olvidadas, abandonadas, ignoradas.
Cumplida su función ya no importan, no son nada. Triste recordatorio de
nuestro trato a la patria. Enarbolada con pasión y pisoteada al instante
siguiente, según convenga.
Y cuando se rompa se va al chino y se compra otra